En muchas organizaciones, la seguridad se presume como un valor. Los carteles en los pasillos lo repiten, los líderes lo mencionan en reuniones y los informes lo muestran con orgullo. Sin embargo, detrás de esa fachada de compromiso puede esconderse una realidad mucho menos saludable: una cultura de seguridad tóxica, donde el miedo, la culpa o la indiferencia se disfrazan de prevención.

Creer que se tiene una cultura preventiva no siempre significa que exista. La verdadera pregunta es: ¿tu equipo se siente seguro de hablar cuando algo no está bien? Si la respuesta es no, es momento de revisar lo que realmente está ocurriendo en la base cultural de tu empresa.

Señal 1: Miedo a reportar incidentes

Una de las señales más evidentes de una cultura de seguridad tóxica es el silencio.
Cuando los colaboradores temen ser juzgados, sancionados o ridiculizados por reportar un error, dejan de hacerlo. Así, los incidentes no se registran, los riesgos permanecen invisibles y la empresa vive en una falsa sensación de control.

En ambientes así, la prioridad no es prevenir, sino “no meterse en problemas”.
La consecuencia: se repiten los accidentes porque nadie se atreve a decir lo que realmente pasa.

Cómo corregirlo:
Promueve una cultura justa, donde se diferencie entre error humano y negligencia. Escucha sin juzgar, agradece los reportes y convierte cada incidente en una oportunidad de aprendizaje colectivo.

Señal 2: La normalización del riesgo

“Siempre lo hemos hecho así” es probablemente una de las frases más peligrosas dentro de una organización.
Cuando las personas se acostumbran a convivir con el riesgo, dejan de percibirlo. La falta de incidentes recientes refuerza la idea equivocada de que todo está bajo control, y poco a poco se relajan las medidas preventivas.

La normalización del desvío, como la denominan los expertos, es un fenómeno silencioso que mina la seguridad desde adentro. Es la rutina la que se vuelve riesgosa.

Cómo corregirlo:
Incorpora rutinas de observación y retroalimentación entre compañeros. Capacita a los líderes para que reconozcan pequeñas desviaciones antes de que se conviertan en accidentes. Y sobre todo, recuerda que la seguridad no es un destino, sino un proceso de mejora continua.

Señal 3: Liderazgo autoritario y comunicación cerrada

En una cultura de seguridad saludable, el liderazgo no se impone: se inspira.
Los entornos donde prevalece la obediencia ciega, el castigo o la jerarquía rígida tienden a generar trabajadores pasivos, que cumplen solo lo mínimo y ocultan los problemas para evitar conflictos.

La seguridad requiere confianza, diálogo y presencia activa de los líderes en el campo. Un líder que solo aparece para sancionar genera miedo; uno que escucha y acompaña, genera compromiso.

Cómo corregirlo:
Transforma el liderazgo desde el control hacia la influencia positiva. Fomenta la empatía, el reconocimiento y la comunicación bidireccional. Los equipos seguros son los que sienten que su voz importa.

Señal 4: Los indicadores se priorizan sobre las personas

Otro síntoma de toxicidad es cuando los reportes, las estadísticas y los KPI se vuelven más importantes que el bienestar real de las personas.
En esos entornos, la presión por “no tener accidentes” puede llevar a ocultar o minimizar los reportes, maquillando la realidad para mantener buenas cifras.

Una organización madura entiende que los números son una consecuencia, no el objetivo.
Lo esencial no es mostrar cero accidentes, sino construir entornos donde las personas puedan trabajar sin miedo, con confianza y sentido de propósito.

Cómo corregirlo:
Usa los datos para aprender, no para castigar. Evalúa el clima de seguridad, mide la participación en reportes y reconoce los comportamientos seguros, no solo los resultados finales.

Señal 5: Falta de coherencia entre discurso y práctica

Nada erosiona más la cultura que la incongruencia.
Cuando la alta dirección habla de bienestar, pero los trabajadores viven jornadas extenuantes, o cuando se promueven campañas de salud mientras se ignoran los riesgos reales del entorno, el mensaje pierde toda credibilidad.

La cultura preventiva no se construye con discursos, sino con decisiones visibles: liderazgo presente, recursos adecuados, tiempos de descanso, formación continua y coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Cómo corregirlo:
Evalúa la cultura desde la percepción de los trabajadores. Pregunta, escucha y ajusta las políticas de seguridad a la realidad del día a día. La coherencia genera confianza, y la confianza construye prevención.

Hacia una cultura saludable de seguridad

Corregir una cultura de seguridad tóxica no ocurre de un día para otro. Implica reconocer fallas, abrir espacios de diálogo y asumir que la seguridad es un valor humano, no un trámite administrativo.

Las empresas que logran transformar su cultura son aquellas que entienden que la prevención no se impone, se inspira.
Una organización verdaderamente preventiva es aquella donde las personas se sienten seguras para hablar, apoyar, mejorar y cuidar.

En 2026, la salud ocupacional no se medirá solo en índices o protocolos, sino en la capacidad de las empresas para crear entornos donde la confianza y la empatía sean tan esenciales como el casco o el arnés.

Porque al final, la cultura preventiva más poderosa es la que nace del respeto genuino por la vida.